domingo, 25 de mayo de 2008

José de Mora y Granada



Durante el siglo XVII, y debido a la profunda religiosidad emanada del Concilio de Trento, el desarrollo de la imaginería procesional fue muy importante en España. Aunque tradicionalmente la historiografía ha establecido dos escuelas principales (la castellana y la andaluza), lo cierto es que en el caso de Andalucía, hubo dos focos importantes, y cada uno de ellos tuvo una personalidad bien marcada. De un lado, Sevilla, donde trabajaron Juan Martínez Montañés, Juan de Mesa y Pedro Roldán, entre otros. De otro, Granada, donde desarrollaron su labor artistas tan importantes como Alonso Cano, Pedro de Mena o José de Mora.

Aunque se le suelen atribuir al Barroco atributos tales como movimiento, pasión, exaltación, dramatismo o teatralidad, lo cierto es que en la Granada del seicentos, la mayor parte de las obras escultóricas van por otros derroteros que, aún dentro del Barroco, le dan una nota característica a esta escuela andaluza, configurándose así una escultura llena de sensibilidad, que aboga por el dolor contenido e interiorizado en lugar del dolor apasionado y dramático de otras escuelas. Sólo así se comprende la labor realizada por el gran maestro Alonso Cano, y también por otros importantes escultores granadinos de la misma centuria.

Es el caso de José de Mora (1642-1724), perteneciente a una importante familia de artistas. Dentro del Pleno Barroco, este escultor, cuya producción artística se encuentra fundamentalmente en la ciudad de Granada , no se obstina en mostrarnos en sus imágenes esa teatralidad propia del momento, sino que opta, como decimos, por una estética de lo místico en la que el dolor, perfectamente visible por otra parte, emana al exterior desde el interior mismo de sus imágenes. Así lo lleva a cabo en las esculturas de santos, bastante abudantes, o muy especialmente en las interpretaciones que realiza de Cristo y sobre todo de la Virgen Dolorosa. Hay ejemplos notables de esculturas de busto, como también otras de talla completa. Es el caso de la Virgen de la Soledad, que podéis ver más arriba. Realizada hacia 1671, se encuentra en la bellísima iglesia mudéjar de Santa Ana, junto a las orillas del Darro. En ella se aprecian algunas de las características antes apuntadas. La imagen, arrodillada y con las manos cruzadas sobre el pecho, viste una túnica blanca y un manto negro, dando como resultado un carácter austero y de profundización de los sentimientos cuyo objetivo parece ser el de invitar al fiel a la reflexión.


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