domingo, 31 de agosto de 2008

La leona herida



En el Imperio Asirio, la caza mayor constituía un deporte de prestigio especialmente reservado a los monarcas. Afortunadamente, se conservan obras en las que se representan escenas cinegéticas de la época, entre las cuales ocupan un puesto primordial en la Historia del Arte los famosos relieves del Palacio de Asurbanipal en Nínive, en la Alta Mesopotamia. Estamos hablando de un conjunto de relieves ejecutados en el siglo VII antes de Cristo. Aunque los temas relacionados con la caza no sean los únicos, sí que son, muy probablemente, los más interesantes. En ellos podemos ver al propio rey cazando leones y un amplio repertorio de animales en las más variadas posturas y actitudes. Sorprende, además de la notable calidad alcanzada, los altos niveles de realismo, poco comunes hasta esa época.

Un ejemplo de ese realismo lo podemos ver en la escena más conocida de estos relieves, la leona herida del Museo Británico. Las flechas han acertado a dar en la parte trasera del animal, atravesando su columna vertebral. Ello le impide articular sus extremidades posteriores, que arrastra cansinamente. Sin embargo, resiste valientemente ante el dolor, como muestran las patas delanteras, enérgicas y tensas. Igualmente, la cabeza es tratada con admirable realismo. La leona sigue rugiendo amenazadoramente, lo que nos ayuda a entender la fiereza de un animal que resiste aún en sus últimos momentos. Un ejemplo sensacional de la calidad artística alcanzada en algunas de las culturas antiguas del Próximo Oriente, que no nos debe hacer olvidar, ni mucho menos, otros restos escultóricos del mismo conjunto, como es el león herido, procedente del mismo palacio.

Para terminar, me gustaría rescatar la hermosa y brillante descripción que hizo de esta obra Antonio Blanco Freijeiro en su clásica obra "Arte Antiguo del Asia Anterior", publicada en 1972:

... la flecha que lleva clavada en la base del cuello no ha afectado seriamente a la parte delantera de su cuerpo. En cambio la clavada en la pelvis ha paralizado sus miembros posteriores. La leona ruge, no de dolor, sino de rabia, dispuesta aún, con el medio cuerpo que le queda, a despedazar a quien se ponga a su alcance. Ella, la reina de la estepa, muere como una reina, sin despertar compasión ni desearla...


sábado, 30 de agosto de 2008

La Visitación según Pontormo



La Visitación es uno de los temas iconográficos más familiares del arte cristiano. Representa el momento en el que María acude a la casa de su prima Isabel para comunicarle la noticia de su embarazo. Ha sido representado por no pocos pintores a lo largo de la Historia del Arte.

En el caso que nos ocupa, se trata de la original visión ofrecida por el pintor italiano Jacopo Carrucci, popularmente conocido como Pontormo (1494-1557), sin duda uno de los máximos exponentes del Manierismo, junto a otros pintores notables como Parmigianino, Bronzino o Correggio, entre otros. En la obra de Pontormo se hacen evidentes algunas de las transformaciones que experimentó el arte italiano hacia el segundo tercio del siglo XVI. Si nos fijamos bien en esta obra, se ha evitado un marco natural o arquitectónico claro que ayude a crear una perspectiva clásica. Al contrario, las figuras se nos muestran en primer plano, y las referencias espaciales son difusas, casi irreales. Asimismo, la elección cromática rehúye igualmente de cualquier tratamiento académico para apostar por unos colores poco convencionales, especialmente acusados en las vestimentas de los personajes, cuyas proporciones, nuevamente, nos vuelven a llevar al campo de lo anticlásico, al apostar por un alargamiento que explotarán posteriormente pintores como el ya citado Parmigianino o el propio Greco.

El Manierismo, además de ser una respuesta más o menos intencionada ante el agotamiento de las formas clásicas, supone un punto de desequilibrio, de inestabilidad. Es una de sus notas definitorias. En esta obra sorprende, además de sus características técnicas, la forma en la que el tema, aparentemente sencillo, ha sido representado. Así, el autor apuesta por una visión irreal de la escena, al mostrarnos la figuras de María e Isabel por duplicado, de forma que vemos los mismos personajes de perfil y de frente. Además, recurre a una curiosa forma de invertir los colores de las vestimentas, para así evitar un exceso de homogeneidad cromática, a la vez que, de paso, provoca cierto desconcierto en el espectador, que cree estar viendo cuatro figuras cuando realmente son dos los personajes representados.

Como vemos, una obra curiosa, de calidad incontestable, que, junto al soberbio Descendimiento, constituye lo mejor de su autor.

miércoles, 27 de agosto de 2008

La ciudad de los ladrillos rojos



En los últimos años se está poniendo en valor la arquitectura industrial, hasta hace bien poco denostada, quizás debido a que la construcción de determinados complejos fabriles supuso la desaparición de restos más antiguos. Es posible que en aquel momento no supiera reconocerse el valor de una muralla medieval o de una iglesia barroca, pero precisamente por ello, hoy, nosotros, no debemos caer en el mismo error, y por tanto reconocer el valor artístico, cultural e histórico que suponen algunas de las costrucciones levantadas desde finales del siglo XVIII en Inglaterra y a lo largo del siglo XIX en el resto de Europa. Edificios funcionales, a veces fríos, pero que suponen un testimonio vivo de la gran revolución que cambió el mundo: La Revolución Industrial.

Tenemos que recordar que los primeros pasos para el nacimiento de la industria se dieron en Inglaterra, por múltiples factores tales como la iniciativa de una clase empresarial que ya conocía los primeros planteamientoe del capitalismo, por la existencia de una monarquía parlamentaria, y no totalitaria, o por la existencia de un buen número de colonias repartidas por todo el mundo. Precisamente al puerto de Liverpool llegaron no pocas materias primas para luego ser transformadas en aquellas primeras industrias, que tuvieron en dicha ciudad, así como en la cercana Manchester, sus dos núcleos originarios. No es casualidad que la primera línea de ferrocarril inaugurada en el mundo uniera, precisamente, estas dos ciudades inglesas.

Con el paso del tiempo, la actividad industrial de estas dos ciudades fue decreciendo, por diversas crisis cíclicas. Es por ello que en la actualidad estas dos ciudades, antaño florecientes, han tenido que reinvertarse a sí mismas. El caso de Manchester es especialmente significativo, de tal forma que, en las últimas décadas, especialmente en los últimos años, ha experimentado una transformación sumamente interesante que se basa fundamentalmente en la adecuación de la antigua arquitectura industrial a nuevos usos, ya sean residenciales o de ocio, y a la construcción de nuevos complejos arquitectónicos de vanguardia, dando como resultado una ciudad con pocos restos anteriores al siglo XVIII, pero en la que conviven en hábil armonía los nuevos edificios con las numerosas fachadas de ladrillo rojo. Una combinación singular que hace que la ciudad sea atractiva, e interesante, máxime si tenemos en cuenta que actualmente su vida cultural está en ebullición, y es considerada una de las ciudades más cosmpolitas del Reino Unido.

En la imagen de arriba, uno de los rincones con más encanto de Manchester: Canal Street.

Vistas de Manchester:



lunes, 18 de agosto de 2008

Kursaal




De sobra es conocida la transformación que supuso para Bilbao la construcción del Museo Guggenheim. En los mismos años, se edificaba en otra ciudad vasca otro edificio de estética rompedora que no trascendió tanto pero que igualmente supuso un revulsivo estético y paisajístico en una ciudad acostumbrada a una arquitectura clasicista de corte francés. En el año de 1999, se daba por finalizada la construcción del Auditorio y Palacio de Congresos Kursaal de San Sebastián. Uno de los arquitectos españoles más reconocidos a nivel internacional, como es el navarro Rafael Moneo (nacido en 1937), firmó una obra que, si bien causó cierto revuelo entre los donostiarras más tradicionales, hoy día es una de las señas de identidad de esta hermosa ciudad, y establece un diálogo perfectamente respetuoso con el entorno natural, entre la playa de la Zurriola y la desembocadura del Río Urumea.

El edificio se compone de dos cubos prismáticos de desigual tamaño y forma. Concebidos de forma austera, evitan sin embargo la monotonía para convertirse en elementos atractivos entre el azul y el verde del paisaje circundante. Uno de los puntos fuertes de esta singular obra es la iluminación nocturna, que aunque habitualmente es de un blanco amarillento, ha servido para "disfrazarlo" en función de efemérides o acontecimientos de relevancia, lo que ha servido para integrarlo más aún en la ciudad y convertirlo en un elemento vivo y cambiante.

Veamos algunos ejemplos:


El Kursaal durante el Festival de Cine de San Sebastián

El Kursaal el día del orgullo gay

El Kursaal convertido en regalo durante las navidades

El Kursaal con la bandera de la ciudad

El Kursaal covertido en anuncio de Volkswagen

El Kursaal con los colores de la Real Sociedad

El Kursaal durante el Carnaval

... o el Kursaal homenajeando al escultor Eduardo Chillida


Como vemos, una obra que está viva y en perpetua transformación. Un ejemplo de integración en el paisaje urbano y en la memoria colectiva de una ciudad.

lunes, 4 de agosto de 2008

¿Comunicación o incomunicación?




Durante este verano, una de las mejores cosas que pueden hacerse, desde el punto de vista cultural al menos, es acercarse al Museo Guggenheim de Bilbao para poder contemplar la exposición retrospectiva dedicada al escultor Juan Muñoz (1953-2001). Nos encontramos ante un artista brillante que, sin emabrgo, vio truncada su carrera profesional prematuramente y justo en el mejor momento, cuando ya era reconocido a nivel internacional. Sus primeras exposiciones en galerías datan de la década de los 80 del siglo XX. Desde entonces, su éxito fue en aumento, y gran parte de ese éxito se debe a la recuperación de la figura humana para la escultura contemporánea, sin que ello signifique necesariamente una renuncia a lo conceptual, que está presente en su obra de forma constante.

Sus esculturas son monocromas, siendo el gris el color predominante, y el papel maché, la resina y el bronce los materiales utilizados. Las obras más celebradas de Juan Muñoz son las denominadas piezas de conversación, en las que podemos ver grupos de personajes, más o menos numerosos, que se interrelacionan entre sí y ayudan al espectador a interrelacionarse con ellos, de forma que éste pueda caminar entre las esculturas e integrarse plenamente en la obra. Un acierto a nivel compositivo y también a nivel conceptual que nos lleva al campo de las instalaciones propias del arte contemporáneo, pero con el atractivo añadido de la comunicación humana. Parece no quedar claro si el artista quiere mostrarnos la comunicación, o más bien la incomunicación en un mundo globalizado y cada vez más deshumanizado. Así, nos podemos encontrar desde las sonrisas más histriónicas a las más desgarradoras muestras de soledad y desasosiego. La obra de Juan Muñoz tiene la capacidad de atraer al espectador sin la necesidad de renunciar a la vanguardia. Se aleja de la frialdad de otros artistas de su generación para adentrarse en el terreno de lo emocional, para sumergirse en las entrañas del ser humano. Esa es, quizás, la clave de su reconocimiento, desde Norteamérica a Europa. Y ese es el motivo también por el que recomiendo la visita a la exposición, la más importante que se le ha dedicado hasta el momento.

Yo de momento, me voy hacia allá. Una semana de vacaciones al País Vasco. Nos vemos a la vuelta!

Pincha aquí para ver una imagen general de la obra Muchas veces

Espacio dedicado en la web del Guggenheim a la exposición: Aquí

Y aquí un vídeo que explica mejor que ninguno la capacidad de este artista para conectar con el espectador:


viernes, 1 de agosto de 2008

Godofredo Ortega Muñoz




El Arte Español del siglo XX están tan lleno de grandes personalidades que a veces nos olvidamos de otros artistas que, desde una postura más discreta, también hicieron grandes aportaciones a la cultura de un país en horas difíciles. Siempre es bueno rescatar al pintor extremeño Godofredo Ortega Muñoz (1899-1982), autor de esta tierna y a la vez inquietante escena rural de burros que nos observan desde la cancela de una cerca torpemente cerrada con un gran pedrusco que puede deslizarse en cualquier momento.

Cuando la mayor parte de pintores españoles, muchos desde el exilio, apostaron por la desaparición de la figuración, otros, como Ortega Muñoz, mantuvieron un diálogo constante con la realidad. Esto no quiere decir que el extremeño no viajara ni recibiera influencias exteriores, puesto que durante más de dos décadas estuvo recorriendo incansablemente el viejo continente, y en su obra, los estudiosos han querido ver estrechas relaciones con el arte italiano, desde los clásicos a los contemporáneos, caso de los sensacionales Giorgio de Chirico, Carlo Carrá o Giorgio Morandi. Sea como fuere, a Ortega Muñoz lo encontramos trabajando en la España de la segunda mitad del siglo XX. Y lo hace desde la emoción. Lo hace a través de paisajes extremeños y castellanos, fundamentalmente rurales, en los que paulatinamente va despojándose de todo lo accesorio para centrarse en la esencia de las cosas. Digamos que es un paisaje tendente a la abstracción, una pintura de las pequeñas cosas, como hiciera trescientos años el también extremeño Francisco de Zurbarán. Su pintura pasa a convertirse en un silencioso recorrido por los campos de labor de su tierra natal, en los que los ocres y marrones alcanzan un papel protagonista. Pero lo más interesante de su obra, lo más sorprendente, es esa magia para dotar de belleza aquello que en principio es sencillo y austero. Ahí el espíritu extremeño. Aquel en el que lo más sencillo es a la vez lo más sublime.

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